Iglesia y sexo: tabúes y desconocimiento


Esta publicación va dedicada a mi bestie Patricia y a Elsa Miranda, con quienes comentaba el tema el sábado.


Hace un tiempecito, pasada la despedida de soltera de una conocida cristiana, escuché a algunas de las invitadas hablar sobre lo bonita que había quedado. Todo el mundo resaltaba sus aspectos favoritos y todos me causaron mucha gracia, pero el comentario que más llamó mi atención vino de la madre de la novia. “Lo que más me gustó de la despedida”, decía, “fue que no se habló de sexo”.

He escuchado muy variadas historias respecto a despedidas de soltera. Mientras muchas de ellas han sido graciosísimas y muy pintorescas, otras han incluido comentarios sobre juegos y conversaciones con acercamientos erróneos respecto al sexo y la sexualidad. Por esa razón, pude entender de dónde provenía la preocupación de la señora.

No obstante, a pesar de comprenderlo, su comentario hizo resurgir en mí una serie de preguntas e inquietudes. Si bien entiendo que “las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”, consideré un tanto problemática la idea de que en el contexto de una despedida de soltera, hablar de sexo habría sido malo. La idea parecía ser que en lugar de modificar el discurso respecto al tema de la sexualidad, lo mejor era simplemente ignorar el elefante en la habitación.

Esto me pareció preocupante, porque las despedidas de soltera son, en general, la única noche en que las jóvenes cristianas recib[imos]en informaciones importantes acerca del sexo y la sexualidad. Ahí se escuchan comentarios de familiares y amigas que sirven para todas. Se tratan temas como el período, la importancia de las visitas al ginecólogo aun antes de casarse, la planificación familiar, pastillas anticonceptivas, preservativos, método del ritmo, etc., y muchas inquietudes son aclaradas.

Durante mucho tiempo, ha existido cierta “evasión” de la iglesia respecto al tema del sexo y la sexualidad. Hemos desarrollado una política de don’t ask, don’t tell, [no preguntes, no digas] con el deseo de guiar a los y las jóvenes hacia la pureza sexual. Nuestra ingenuidad en este sentido ha alimentado la creencia de que si no hablamos de un tema, desincentivaremos las conductas que a revuelven a su alrededor. Pero no es así.

Los beneficios de la educación sexual son muchos y muy variados, sin embargo, en el caso de la juventud cristiana, la necesidad es aun mayor. Dado que la visión de la iglesia es diametralmente opuesta a lo que proponen los demás, resulta inminente crear y difundir un discurso claro, preciso y coherente de la visión de Dios, creador del sexo.

Es de suma importancia que basándonos en la Palabra, comencemos a instruir en estos temas. A posicionarnos abiertamente desde nuestras creencias, sin temor al rechazo. A abrir el libro de Cantares, a hablar desde nuestras posturas, desde nuestra experiencia y a partir de nuestras fe... pero a hablar. A proponer la conversación, entendiendo que el silencio no educa.

De lo contrario, ¿cómo queremos que los y las jóvenes se dirijan hacia lo que consideramos correcto, si no hablamos de ello, mientras todos los demás hacen ruido? ¿De qué manera esperamos que todos lleguen a la meta, si no compartimos el mapa, en un mundo lleno de atajos y calles sin salida?

En una sociedad que constantemente nos bombardea con [des]informaciones, se hace urgente que nosotros, también, alcemos la voz. Asimismo, en el país de América Latina con la mayor tasa de embarazo adolescente, no podemos darnos el lujo de no hablar a nuestros adolescentes sobre sexo y sexualidad: de los porqués y los por cuánto. No podemos seguir sembrando miedo y silencio, pero esperando cosechar sabiduría y prudencia.

Por lo demás, hemos de recordar también que vivimos entre esta “gran nube de testigos”: el mundo nos está mirando. No podemos posicionarnos seriamente contra la desinformación, si entre nosotros no le tratamos con la suficiente seriedad el tema. No tenemos con qué contrarrestar una educación tergiversada si no hemos tomado el tiempo y la dedicación para elaborar una contrapropuesta cristocéntrica. Mientras los demás están hablando, nosotros no podemos callar. Es tiempo de dejar el miedo; es hora de romper el tabú.

Hace unos meses, oí a alguien decir que aunque estaba muy cansado, tenía que asistir a un evento. “Es que el espacio que no ocupo yo”, explicaba, “lo ocupa mi contraparte”. No dejemos el espacio vacío. Alguien más lo va a ocupar.

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