Más del Metro. :)


El Metro de Santo Domingo tiene un aire especial. Posee cierta magia que no se puede hallar en ningún otro de los sistemas de transporte urbano en la capital. Probablemente porque no hace tanto calor, no se sufre por los tapones y el pasajero no está expuesto a la contaminación ambiental, los bocinazos y la imprudencia de los choferes.

De todos modos, independientemente de cuál sea la razón, en el Metro siempre oigo y presencio historias muy interesantes (como esta que relaté hace unos meses). He aquí algo que vi y escuché este 18 de diciembre.

Estábamos en el cambio de línea. Iba de camino a Ágora, así que me desmonté de la L1 y tomé la dirección María Montez. Había notado a un muchacho con una guitarra en un estuche y como siempre, tuve la sensación de proximidad que siempre me da cuando veo a alguien cantar o tocar un instrumento.

Entró al tren después de mí y un muchacho que estaba ya en el vagón le preguntó que si tocaba. Esta, más o menos fue la conversación.
— Mi hermano, ¿tú tocas guitarra?
— Algo; estoy aprendiendo ahora.
— Ah, ¿y te gusta?
— Sí, algo. Por eso estoy aprendiendo. ¿Tú tocas algo?
— Sí. Te pregunto porque yo empecé a tocar guitarra; duré seis meses y la deje. Después cogí clases de piano con un primo mío... que ese tíguere es un montro. ¡Pero yo soy un bulloso! Y después del año dejé el piano también. Hasta que un día me crucé con la batería... ¡y ahí me he quedado! Hace varios años ya que toco batería, porque va con mi personalidad. Yo creo que por más que uno se esfuerce, uno no elige los instrumentos, los instrumentos lo eligen a uno. Estoy apasionado, ¡loco con la batería! La batería me eligió a mí.

Después no escuché nada más. Se me nubló la mente con ese concepto y salí sonreída. De no ser porque ellos también se quedaban en la Lincoln, hasta se me olvida bajarme en la estación. Creo que la belleza está todos los días en todos lados; sólo tenemos que tener los ojos lo suficientemente abiertos para verla.

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